La ‘Eroica’ sociedad oaxaqueña – Martín Vásquez Villanueva

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Este fin de semana escuché con gran emoción la Sinfonía No 3 en mi bemol mayor, Op. 55 de Beethoven, llamada Eroica, y no pude sino pensar en mi Oaxaca querido y en mis hermanas y hermanos oaxaqueños, a quienes no puedo menos que calificar de heroicos por la manera en que históricamente han sabido enfrentar las duras pruebas de la vida.

La Eroica es una gran sinfonía y es la obra que marca el paso definitivo del clasicismo al romanticismo musical. Fue compuesta mayormente en 1803, aunque los primeros bocetos datan del otoño de 1802, cuando Beethoven, con 31 años de edad, se encontraba en uno de los momentos más sombríos de su vida, desesperado por la progresión de su sordera. “Faltó poco para que yo mismo acabara con mi vida, sólo el arte me detuvo”, escribió en octubre de ese año en una carta a sus hermanos que la historia daría a conocer como el Testamento de Heiligenstadt, el suburbio de Viena donde por entonces vivía.

De los cuatro movimientos que constituyen la Eroica, todos majestuosos, mi favorito es el segundo, la Marcha Fúnebre. Comienza con un solo de oboe que lleva la carga dramática mostrando el duelo interior, íntimo, personalizado, y poco a poco la música va dando cuenta de la procesión que acompaña al héroe hacia su última morada. El tempo es el de un un adagio assai, es decir lentísimo, como lenta, muy lenta, es la marcha del féretro y de los dolientes que lo acompañan. El movimiento evoluciona desde el duelo hacia el consuelo, en un giro sorprendente, dejando la atmósfera lista para los siguientes dos movimientos, allegro y allegro molto, que retoman la tonalidad del comienzo para realzar la vida y los logros del héroe. Una música verdaderamente sublime.

Y lo que me ocurrió fue que esta Marcha Fúnebre me remitió, de manera natural, a otra marcha fúnebre muy nuestra, el Luto por derecho, del maestro Atilano Morales, de San Blas Atempa. La pieza, como muchos saben, fue compuesta en 1921 en honor de Valeriano López, amigo del compositor que fue asesinado mientras fungía como presidente municipal samblaseño. Una música también sublime por derecho propio, muy hermosa, que sabe acompañarnos en los momentos del duelo y en la despedida de nuestros seres queridos.

Debo decir que no es ninguna desmesura ligar el nombre de Atilano Morales al del genio de Bonn, como lo muestra la anécdota que en cierta ocasión me contó otro gran músico oaxaqueño de clase mundial, Abel Contreras, virtuoso del acordeón clásico. Estaba en Europa, en Amsterdam si no mal recuerdo, dando un concierto. Como parte de su repertorio interpretó música del maestro Morales y la crítica local le preguntaba: “¿De quién es esa música?”, pensando que se trataba de un clásico europeo.

La sinfonía de Beethoven y la referencia automática al Luto de Atilano Morales me han traído a la mente el sufrimiento del pueblo oaxaqueño en estos últimos años, sobre todo por causa de los sismos que hemos sufrido y por la pandemia de COVID-19. Cuántos muertos tuvimos que sepultar, muchas veces incluso, sobre todo en los tiempos de la emergencia sanitaria, sin la posibilidad de llevar a cabo los rituales funerarios a los que estamos acostumbrados y que son tan importantes para tramitar el duelo. El velorio, la procesión de los deudos, las palabras de despedida y resignación. Un oboe, un corno, una trompeta, unas cuerdas en sotto voce, es decir por lo bajo, una tuba, un timbal. La expresión íntima y la manifestación colectiva del dolor en el seno de nuestra “Eroica” sociedad oaxaqueña.

Aprovecho para invitar a todas y todos ustedes a la conferencia que el próximo jueves 27 de septiembre dictará una oaxaqueña excepcional, la doctora en Antropología Nelly Robles, sobre el tema “Ciudad de Oaxaca, patrimonio de la humanidad”. El historiador Carlos Tello Díaz moderará la sesión y la cita es a las 17:00 horas en la Biblioteca Fray Francisco de Burgoa. La conferencia va a estar muy buena, no se la pierdan. ¡Y que viva Oaxaca!

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