A partir de los años 80 del siglo pasado comenzó un proceso mundial de derrumbamiento de los estados proteccionistas (comercialmente hablando), mediante el cual se eliminaron los esquemas arancelarios, siendo sustituidos por acuerdos y tratados de libre comercio entre diversas regiones del mundo.
Este fenómeno, definido como la integración de una “aldea global”, trajo consigo que el capital de países hegemónicos, económicamente hablando, se moviera libremente para ser invertido en países emergentes donde los costos de producción fueran más bajos. Así, capitales norteamericanos, por ejemplo, se enraizaron en naciones con poco o mediano desarrollo, donde la mano de obra, los insumos de producción e incluso los impuestos locales eran más baratos, dando mayor competitividad a los productos elaborados, como es el caso de la industria automotriz. Así destaca México, donde este sector no solo encontró un nicho de bajos costos, sino también de cercanía con el mayor mercado del mundo, como lo es Estados Unidos.
En Europa (que es otro ejemplo), para enfrentar la defensa en bloque de los artículos producidos por los países de ese continente, no solo procuraron igualar las condiciones socioeconómicas, los salarios, los insumos, los impuestos, sino incluso una moneda de circulación generalizada (el euro). Generándose así lo que hoy conocemos como el mercado común europeo, que, aún con sus bemoles, ha sido un modelo exitoso para todos los países del viejo continente.
En ambos casos, el TLC de Norteamérica y el del Mercomun europeo, la decisión se dio pensando en que China solo produciría artículos clones o piratas, como comúnmente los conocemos, que no representaban un riesgo para los supremos intereses capitalistas de ambos bloques. Pero, ¡oh sorpresa!, China, en solo 30 años, ha desarrollado con mucho éxito tecnología avanzada en casi todas las ramas de producción, desde productos agrícolas pasando por tecnología informática, bienes manufacturados e incluso en la industria automotriz, donde ya sus marcas, de forma competitiva, han inundado el ámbito mundial, escogiendo estratégicamente espacios geográficos cercanos a los mercados más demandantes y con excelente capacidad de compra. Y es así como las inversiones chinas se establecen en nuestro país, no solo para cubrir el mercado interno, sino para aprovechar el hoy T-MEC y exportar desde México productos con componente chino a Estados Unidos.
Hoy vemos, con el gobierno de Trump en Estados Unidos o el de Boris Johnson en Gran Bretaña en su momento con el Brexit (por cierto, con un parecido casi clónico en ambos casos), la idea de incendiar la aldea global y entrar en un proceso de desglobalización, en virtud de que la estrategia que promovían y aplaudían en los 80s hoy se les revierte como un búmeran.
La mayor parte de los capitales de ese origen ya se encuentran enraizados en otros países. Los centros de alta producción, como por ejemplo la industria automotriz, dejaron desiertas ciudades completas, como es el caso de Detroit. Las marcas americanas
tradicionales han entrado en sociedades estratégicas con marcas chinas, lo que universaliza el origen de los capitales. Obviamente, el crecimiento del nivel de empleo y los ingresos recaudatorios y/o fiscales cada vez decaen más en los antiguos países hegemónicos, poniendo en riesgo el preponderante papel de dueños del mundo que se les viene abajo.
El discurso de Trump es regresar la grandeza a EE. UU. a costa de destruir el proceso de globalización que hoy rige en el mundo. Desde luego, revertir este proceso no es cuestión de un cuatrienio únicamente, ni siquiera de una década. Es una reingeniería bien pensada y de largo plazo para producir dentro de su territorio todo lo que demanda la población interna.
Y en esto, creo que ni los inversionistas mundiales ni los países altamente competitivos se quedarán cruzados de brazos para aceptar una ocurrencia arancelaria sin sentido ni razón que afecta a todos por igual, en nuestro caso, a México y al mismo Estados Unidos.
Este amago y repliegue de Trump, que no representa más que eso, es en verdad y veladamente un mensaje enérgico a aquellos que pacten comercialmente con China, que en realidad este es el verdadero enemigo al que le teme.
Seguro Trump saldrá con eso de “ni Chana ni Juana”, sino la amenaza china que ve todas las mañanas. Y la sugerencia musical de hoy es “uy que miedo” con el grandioso Chico Che.