El fallido intento de desglobalización – José Antonio Estefan Garfias

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A partir de  los años  80  del  siglo  pasado comenzó un proceso mundial  de  derrumbamiento de  los  estados proteccionistas (comercialmente hablando), mediante el cual se eliminaron los esquemas arancelarios, siendo sustituidos por  acuerdos y tratados de  libre  comercio entre diversas  regiones del mundo.

Este  fenómeno, definido como la integración de  una “aldea global”,  trajo consigo que el  capital  de países hegemónicos, económicamente hablando, se moviera libremente para ser invertido en países emergentes donde los costos de producción fueran más bajos. Así, capitales norteamericanos, por  ejemplo, se enraizaron en naciones con  poco  o mediano desarrollo, donde la mano de obra, los insumos de producción e incluso los impuestos locales  eran  más baratos, dando mayor competitividad a los productos elaborados, como es el caso de la industria automotriz. Así destaca México, donde este sector no solo encontró un  nicho de bajos costos, sino también de cercanía con el mayor mercado del mundo, como lo es Estados  Unidos.

En  Europa (que   es  otro   ejemplo), para   enfrentar  la defensa en bloque de los artículos producidos por  los países de ese continente, no solo procuraron igualar las condiciones socioeconómicas, los salarios, los insumos, los impuestos, sino incluso una  moneda de circulación generalizada (el euro). Generándose así lo que  hoy conocemos como el  mercado común  europeo, que, aún  con  sus bemoles, ha sido  un  modelo exitoso para todos los países del viejo continente.

En ambos casos, el TLC de Norteamérica y el del Mercomun europeo, la decisión se dio pensando en que China  solo  produciría artículos clones  o piratas, como comúnmente los conocemos, que no representaban un riesgo  para  los supremos intereses capitalistas de ambos bloques.  Pero,  ¡oh  sorpresa!,  China,  en  solo  30 años, ha desarrollado con  mucho éxito  tecnología avanzada en casi todas  las ramas  de producción, desde productos   agrícolas  pasando  por   tecnología informática, bienes manufacturados e incluso en la industria automotriz, donde ya sus marcas,  de  forma competitiva, han  inundado el ámbito mundial, escogiendo estratégicamente espacios  geográficos cercanos a los mercados más demandantes y con excelente capacidad de compra. Y es así como las inversiones chinas se establecen en  nuestro país, no solo  para  cubrir el  mercado interno, sino  para aprovechar el hoy T-MEC y exportar desde  México productos con componente chino a Estados  Unidos.

Hoy  vemos,  con   el  gobierno de  Trump  en  Estados Unidos o el de  Boris  Johnson en  Gran  Bretaña en  su momento con el Brexit (por cierto, con un parecido casi clónico en ambos casos), la idea  de incendiar la aldea global y entrar en un  proceso de desglobalización, en virtud de que  la estrategia que  promovían y aplaudían en los 80s hoy se les revierte como un búmeran.

La mayor parte de los capitales de ese origen ya se encuentran enraizados en otros  países. Los centros de alta producción, como por  ejemplo la industria automotriz, dejaron desiertas ciudades completas, como es  el  caso  de  Detroit. Las  marcas americanas

tradicionales han  entrado en  sociedades estratégicas con  marcas chinas,  lo que  universaliza el origen de los capitales. Obviamente, el crecimiento del nivel  de empleo y los ingresos recaudatorios  y/o  fiscales  cada vez decaen más en los antiguos países hegemónicos, poniendo en riesgo  el preponderante papel de dueños del mundo que se les viene abajo.

El discurso de Trump es regresar la grandeza a EE. UU. a costa de destruir el proceso de globalización que  hoy rige en el mundo. Desde luego,  revertir este proceso no es cuestión de un cuatrienio únicamente, ni siquiera de una  década.  Es una  reingeniería bien   pensada y  de largo plazo para producir dentro de su territorio todo lo que demanda la población interna.

Y en esto, creo que ni los inversionistas mundiales ni los países  altamente competitivos se quedarán cruzados de brazos  para  aceptar una  ocurrencia arancelaria sin sentido ni razón que afecta a todos por igual, en nuestro caso, a México y al mismo Estados  Unidos.

Este amago y repliegue de Trump, que  no representa más  que  eso, es en verdad y veladamente un mensaje enérgico a aquellos que  pacten comercialmente con China, que  en realidad este es el verdadero enemigo al que le teme.

Seguro Trump saldrá con eso de “ni  Chana  ni  Juana”, sino la amenaza china que ve todas  las mañanas. Y la sugerencia musical de hoy es “uy que miedo” con el grandioso Chico Che.

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